©Dama Beltrán
Sueña, querida princesa, los sueños pueden hacerse realidad…
Un
ruido me despierta. He sido una inconsciente por quedarme dormida, pero el
cansancio me ha vencido, tantos días sin apenas descansar... Miro la cama, está
vacía. ¿Dónde habrá ido? Me levanto
del sillón, sobresaltada. No andará lejos, quizás alguien lo ha visto salir
de
la habitación. De pronto, el ruido vuelve a aparecer. Presto más atención
consiguiendo distinguir la risa lejana de un niño. Voy hacia la puerta y miro a
un lado y a otro, pero no veo nada. El pasillo está algo oscuro. En el
mostrador de las enfermeras no hay nadie. Toco la puerta donde hay un cartel
que dice… “Llame antes de entrar”. Espero,
paciente, unos segundos, pero me estoy poniendo bastante inquieta. No tengo ni
idea de adónde se ha podido marchar. Al no tener respuesta, abro la puerta y no
encuentro a nadie. Comienzo a caminar más rápido por ese interminable pasillo. Y
empiezo a vocear el nombre de mi pequeño. Vuelven las risas del niño, sin duda
son de él, tiene una forma característica de sonreír. Me voy acercando cada vez
más… Sí, parece que está en ese cuarto. Frente a la entrada leo otro cartel… ¿Cómo va a estar ahí? Pongo mi mano en
la manivela y abro lentamente.
-Samuel,
cariño, ¿dónde estás? –pregunto mientras asomo la cabeza.
-Mamá,
estoy aquí. ¡Ven! –responde la voz de mi niño.
La habitación está a oscuras. ¿Dónde estará
el interruptor de la luz? Mi mano palpa la pared de un lado a otro, pero no encuentro
nada.
-Cariño,
no encuentro la llave de la luz, ven hacia mamá.
-No
puedo, mami. Mi amiga no me deja.
-¿Quién
está contigo, cariño? –mis ojos se abren como platos. ¿Quién juega con mi hijo
a oscuras?
Me pongo muy nerviosa. Debo encontrar el maldito
pulsador. Busco en mi bolsillo un
encendedor. Una vez que la llama ilumina algo, lo acerco a la pared y localizo
mi objetivo. Aunque la habitación se llena de luz, no consigo ver a mi niño y a
esa amiga.
-¿Estamos
jugando al escondite, Samuel? –le pregunto mientras miro debajo de las mesas de
metal.
-Sí,
mamá. Lo estamos haciendo, ¿me encontrarás? Mi amiga dice que no puedes.
-¿Quién
eres? –grito-. ¿Qué haces con mi hijo? ¡Déjalo en paz! –ante tanta angustia, sigo
mirando y buscando. No encuentro nada. Noto agua sobre mi frente, aparecen
gotas de sudor frío, por la desesperación. Mi niño está en manos de alguna loca.
-Mamá,
dice que no puedes oírla. Que por mucho que grite, no podrás.
-Cariño,
vamos a jugar, ¿vale? Yo me voy acercando a lugares y tú me vas diciendo frío o
caliente.
-¡Bien,
bien! ¡Es mi juego preferido! –exclama mi niño, eufórico.
-Mamá
se está acercando a una mesa…
-¡Frío!
-Mamá
se está acercando a un armario…
-¡Frío!
-Mamá
se está acercando a una puerta…
-¡Jajá!
¡Muy frío, mami!
Solo queda algo que no puede ser. Si mi niño
estuviera allí, no podría contestarme ni yo podría oírle. ¡Imposible! Me dirijo
hacia la salida, no es cierto.
-Mamá
se va de la habitación…
-¡Mamá,
estoy aquí, ven! Me rindo. Abre la puerta y me encontrarás.
Mis manos empiezan a temblar, no es cierto
lo que ocurre. ¡Por el amor de Dios, que
alguien me despierte de esta pesadilla! Según me acerco hacia donde mi niño
me indica, lágrimas brotan de mis ojos.
Respiro hondo y muevo la manivela de la cámara frigorífica. Al tirar de ella, veo
la figura de una persona tapada con una sábana. Agarro la esquina de la tela
blanca y la echo lentamente hacia atrás. Un pelo moreno y cortito es lo primero
que puedo ver. Dudo si seguir con el descubrimiento o no. Mi hijo no puede
estar muerto, lo he dejado en la cama y me he dormido. Pero continúo…
-¿Estás
bien? –una voz me sobresalta, despertándome del sueño.
-¡No!
Dime, ¿dónde está Samuel? –pregunto a mi marido, apartando su mano de mi
hombro.
-¿Quieres
tranquilizarte? Has tenido una pesadilla, te dije que no era bueno tomar tanto
vino.
-¿Dónde
coño está mi hijo, Javier? –me levanto empujándole en el pecho.
-Ha salido con tu padre, viene de regreso.
Estarán al llegar.
-¡Dios!
¡Dios! Esto solo ha sido una pesadilla, esto solo ha sido una pesadilla…
El teléfono suena y responde mi marido.
-Casa
de la familia Hernán…
-…
-¿Cómo?
¿Cuándo? –Miro a mi esposo y las
lágrimas comienzan a brotar…
-Mi
hijo…-musito.
Sueña, querida princesa, los sueños
pueden hacerse realidad…
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